PERMISO PARA JUGAR


Gracias a mi hija y maestra Luna por enseñarme a vivir jugando

Una historia de nuestra vida escolar

Luna aún tomaba el pecho a los dos años y medio, cuando empezaba la escoleta. 
Habiamos pasado juntas varios inviernos, entre ellos un divorcio de su papá muy temprano, una internación de mamá en el hospital y varios etc´s, aún de cualquier manera habíamos tenido una completa fusión emocional y yo había pasado por un crecimiento profundo a través de la mirada de mis propias sombras, lo cual sentí; fue un tsunami en mi interior que me permitió ganar las fuerzas necesarias para llevar mis propias mochilas y verla crecer a ella en libertad y sin carga. Ella estaba siempre enamorada de la vida y de la risa.
En septiembre del 2009 las mañana empezaron a tornarse muy frías, yo misma no quería ni abrir los ojos para ir al cole, llegabamos tristes y empezaba la lucha desde la puerta, ella me pedía que me quedara un poco más, yo quería quedarme un poco más pero No teniamos permiso
Me parecía inexplicable como una adaptación en la escoleta consistía en dejar a una bebé (generalmente dispuesta después de una media hora de conocer a alguien a quedarse jugando sin problemas), a estar en cambio, media hora con personas desconocidas y sin mamá, para que después de llorar todo ese rato yo la pasara a buscar. Esa era la adaptación escolar... Media hora que yo me quedaba sola llorando en el parque y Luna llorando dentro de su sala.
Pasó un año con relativa normalidad, en el que Luna aprendió a quedarse 3 horas de las cuales solo lloraba alrededor de media (lo cual a la institución le parecía más que aceptable).
Venía a comer a casa y generalmente seguía jugando con la relajación de siempre. Hasta que llegó p3, un cambio de ciudad y otro cambio de escuela. La escuela era obligatoriamente con más horas “lectivas” a pesar de que estábamos en lo que en Argentina llamamos “jardín de infantes”!! 
Comencé a ahogarme, así que sabía que algo no iba bien. Luna se fue volviendo cada vez más rígida en sus juegos y al principio lloraba para no quedarse en el cole. Contó que se ponía nerviosa porque la maestra no la dejaba llorar cuando ella extrañaba a su mami.
Pedí una reunión.
Habíamos pasado solo 15 días de ciclo lectivo y aquella maestra con la mejor voluntad me dijo que algunas veces la había tenido que hacer callar porque “tenía” que atender a los demás niños y no podía ser que Luna estuviera llorando.
Sonreí.
Mis maestros me han enseñado sobre la compasión y la diplomacia, pero en este caso reconozco que solo puse una mascara y trague saliva, porque estaba muy lejos de lograr cualquiera de las otras dos cualidades. Sin embargo atiné a decirle: 
Se quedará tranquila si tiene el ”amor asegurado”, solo te pido que hagas la prueba: agachate y “tocala” y dile que ya sabes que hecha de menos a su mamá, que tu la quieres mucho y que ahora la vas a cuidar hasta que su mamá vuelva a buscarla.
Ella sonrió, como si de pronto hubiera mirado de frente la posibilidad de “amar” a sus alumnos y sobre todo de DEMOSTRARL!!!.
Yo remarqué: Te aseguro que en dos días estará totalmente adaptada y será una colaboración para ti en la clase porque es muy tranquila.
A la semana siguiente se quedaba en el cole sin más problemas.
Los juegos sin embargo siguieron siendo bastante estructurados y ella ya no confiaba demasiado en el afuera, jugaba en el parque pero con algunas reticencias y mucho cuidado.
Al año siguiente nos mudamos y tuvimos que cambiar de cole otra vez, la maestra era muy sensible y cariñosa en este caso y el primer día vi a mi hija irse y darle un abrazo y un beso. Pero a partir del tercer día los niños de la clase entera empezaron a tener la “directiva” de saludar a la maestra al salir, y sobre todo de decir exactamente lo siguiente “adeu fins demà”. Todos tenían su guión y lo repetían un poco como actores acartonados de telenovela. 
Adeu fins demà, adeu fins demà...25 veces hasta que el último de la clase salía y los papás esperábamos, en el mejor de los casos, con abrazos contenidos afuera.
Me sorprendió que la espontaneidad habitual de muchos niños para saludar y abrazar a la maestra y el deseo genuino de hacerlo, se habían cambiado por una mirada de reojo y un casi disimulado “adeu fins demà”.
Una tarde comenté con dos maestras la dificultad de mi hija para estar en la clase de psicomotricidad ya que me decía que los niños eran castigados porque hacían mucho ruido y esto le sorprendía mucho, más allá de que ella no fuera castigada según me contaba, en realidad me importaba más poder transmitir que seguramente se podía encontrar otros modos de comunicación con TODOS los niños.
La supervisora se acercó sonriente mientras ambas intentaban explicarme el castigo como la posibilidad de quedarse a “pensar” (ESo si: “excluido” y “castigado” en un rincón, por supuesto, o sea...es lo mismo... pero  en otras palabras!!!!)
En el aprendizaje personal a través de una crianza “inclusiva” he podido sentir que en casa el castigo no era nunca una “necesidad” para que algo fuera explicado o delimitado, no utilizábamos el castigo como moneda de cambio energética o como exaltación de un lugar de poder en el que hay un individuo (llamese “el pecador”) que se queda excluido. 
Y el que ella tome responsabilidad por algo que ha sucedido, solo se hace posible en la medida en la que yo asumo el compromiso de tomar mi propia responsabilidad (generalmente es toda mía, los niños son el espejo más claro de nuestro interior)
Las posibilidades de errores son infinitas así como las posibilidades de aprendizaje, confío plenamente en que desde la seguridad de el AMOR que comprende la totalidad de las situaciones y experiencias, los niños tienen como regalo la construcción de unas bases emocionales asentadas y serenas, enraizadas a lo profundo de la tierra como un árbol añejo.
Y de este modo los límites se dan dentro del amor y así el niño puede tomar responsabilidad por cualquier cosa que exceda alguno de estos “límites” y sabe a ciencia cierta que ESTA INCLUÍDO PASE LO QUE PASE.
Siempre nos preguntamos como es que todos, adultos y niños estamos literalmente “enloquecidos” y desconectados de nuestro centro.
No solo hemos aprendido a excluir siendo excluidos sino a desconocer lo que nos pasa, lo que sentimos. Hemos perdido en el torbellino de la vida y de una educación que excluye, rigidiza y recalca los errores, nuestra capacidad inherente de sentirnos unidos a todos y a todo, de sentirnos amados y “adentro” por encima de todo.
Sabes que pasa? le contestó una maestra a la otra, con un tono amable-superior, (como si frente a una colegiala se encontrara): Esta mamá ya va a entender que 
“LA “VIDA” ES MUY DURA”...
...y en ese mismo instante fue cuando se jugó la mayor carta filosófica de su vida entera.
Yo volví a tragar...
 la “VIDA” pensé...
La corriente de la VIDA me llevaba por la acera y sentía su plenitud brillando a mi alrededor. Cómo cada tarde volvía al ataque tratando de compensar a mi hija tanta rigidéz  y falta de libertad expresiva. Tardábamos un tiempo en soltarnos nuevamente y cuando la música llenaba la casa y volvíamos a bailar encontrábamos el puente a saltar para nadar y fluir en el río generoso y caudaloso de la “vida”. Yo repetía como un loro: Luna te mereces lo mejor, Luna te amo pase lo que pase y hagas lo que hagas, no te mereces ningún castigo y ningún niño se lo merece,  a veces los adultos no saben como hacerlo de otro modo.
En ese momento tuve claridad de que no estabamos exactamente donde teníamos que estar y una vez más, insistente!!! volví a llamar a la Escola del encants.
 Supe que Luna había conseguido esa misma tarde un sitio en la escuela, durante meses nos habíamos asomado al patio de la escuela y yo mirandola con confianza le había dicho: 
...Esta es la escuela que quiero para ti, tu eres muy fuerte, imaginate allí dentro jugando el próximo año y lo conseguiremos.
Y ella miraba las cuerdas de los árboles y las cacerolas colgando y me contaba algo de los juegos como si ya estuviera dentro.


Pegué un salto, Luna iba de mi mano, me miró y me dijo: es la escuela nueva mami? y porque no vamos ahora?



 “AMBIENTES RELAJADOS DE LIBRE CIRCULACIÓN” dice en la entrada.
Fuimos recibidas por la música y la alegría de un montón de NIÑOS y PADRES JUGANDO. 
 Desde esa semana vimos un cambio sin precedentes en toda su vida escolar, sentí que había vuelto a ser la niña que a los dos años jugaba en casa riendo y saltando. Le parecía un regalo inmenso que pudiéramos quedarnos con ella toda la mañana en el cole durante el tiempo necesario, invitaba a toda la familia a visitarla, explicandoles con emoción que en este cole se podían quedar a jugar tooodoooo lo que quisieran y los paseaba por los rincones como una guía turística contandoles las muchas cosas que se podían hacer en cada ambiente. 
A mi me sorprendía el silencio de las mañanas, 20 niños jugando con absoluta tranquilidad, una maestra sin agobios de seguir pautas injustificadas y cansadoras para todos, alegría por doquier, la posibilidad de “asentir a lo que es tal como es” puesta al servicio de la educación, la capacidad de entregar un abrazo cuando alguno de ellos se entristecía por la partida de mamá y sin intervención más que la contención y la presencia, permitir que el dolor fluya y se transforme.
Los brazos y los abrazos empezaron a estar disponibles en todas partes, Luna no quiere irse de clase cuando la voy a buscar, hay tanto para hacer que el mundo se ha vuelto otra vez un lugar de infinitas posibilidades creativas. En casa pinta, canta y baila sin parar, quizás antes lo haciamos de otro modo pero yo tenía que hacer un esfuerzo “directivo” para que esos “juegos” se llevaran a cabo. Ella salía del cole agotada, desesperada por el plato de comida que yo le traía y solo quería quedarse en casa, no había fuerzas más que para un rato de parque. 
Ahora las tardes se nos hacen largas y completas y yo feliz, miro a mi hija en su habitación “enamorada de los juegos” y a las 20 hs todavía me cuesta sacarla de allí.
El primer sábado comentó pasando por la puerta del cole: 
- mami, yo también quería ir hoy al cole, porque no fuimos?
El segundo día de clases llovió mucho y la llevé en coche; por lo que tuvimos que cambiar nuestro recorrido habitual desde casa...y ella dijo desde el asiento de atrás: 
-A MI NO ME LLEVAS A OTRO COLE EHH.
-Cómo, no te entiendo?, pregunté
-A MI ME LLEVAS A MI COLE, EL COLE DELS ENCANTS, PORQUE VEO QUE ESTÁS AGARRANDO OTRO CAMINO Y POR AQUI ESTÁ EL COLE VIEJO, a mi me llevas al dels encants.
Solté una carcajada inmensa. No hija querida, no te muevo de este cole ni aunque se caiga el edificio, no te preocupes.
Gracias....gracias a todos por recibirnos. 
Gracias a Sandra Rodriguez, especialmente, por su mirada amorosa y atenta en todo momento y su sensibilidad a flor de piel. 
Gracias a Agnes y Elizenda porque sostienen con fuerza y fluidéz, coordinan, sonríen, abrazan y reciben y como si esto fuera poco están...AL TANTO DE TODOS!!!
Gracias a las chicas del comedor sobre todo por el amor, el respeto y las canciones durante las comidas.
Gracias a todo el equipo por el PERMISO PARA JUGAR
Gracias a la vida...que nos ha dado tanto...a todos nosotros que compartimos esta enorme posibilidad de aprendizaje junto con nuestros hijos.



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